Aproximaciones y Textos críticos


Enrique Madrid:
La deformación de las pasiones
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Raúl Serrano Sánchez

CONOZCO A ENRIQUE MADRID (Machala, El Oro, 1964) desde los días de la secundaria en Machala, ciudad desfigurada y sin alma. Para entonces solía ejercer la mirada y el silencio. Era parte de un grupo que vivía convencido de que un pintor sólo debía dedicarse a los óleos y olvidarse si los demás existían, o si ese viejo y complicado ejercicio de reinventar las fatalidades llamado cuadro o lienzo estaba vinculado o no a otros lenguajes, a otras deslealtades. Lo he visto crecer fundamentalmente en sus obsesiones, abandonando posturas y silencios que en su momento, estimo, le fueron útiles; mutismos que ahora se conjugan en una verbosidad que si flota en un vaso de cerveza o de ron resulta imparable y abrumadora, sobre todo cuando a Madrid le da por jugársela como un teórico que tiene la audacia de no angustiarse por esa búsqueda demasiado racional, flanqueada de fundamentos que pueden llevarlo a la constatación de la esterilidad en la que algunos artistas han caído por haber confundido búsqueda con apropiación mecánica de discursos y argumentos que sólo pueden ser legítimos a la hora de lo que Octavio Paz llama "el cuerpo a cuerpo con la pintura".

Pintura que en Madrid no existe dentro de los términos y visiones a los que nuestro ojo y alma se han acostumbrado a entender como tal. En él la pintura se extingue para dar paso a la resurrección de una libertad que el eclecticismo de fines de la historia (no hay porqué desdeñarlo) ha convertido en nuevas parcelas para la libertad del creador. Resurrección por tanto que lo coloca, y nos coloca, frente a la reinvención de estrategias –básicamente esto– que posibilitan la suma, la selección y disgregación de elementos que conforman, ya no el tan buscado y acariciado lenguaje único, ese número de perseguido que alguna vez se le colocó a todo fundador de falsas visiones para evitar que pudiera ser otro y otros sin perder su identidad exclusiva en medio de las múltiples exploraciones.

Para Madrid como para los que lo deletrean desde la yuxtaposición del collage, estos tiempos son los tiempos de la distorsión, de la amalgama de unos cabos rotos que pueden funcionar (de hecho funcionan) en la medida en que logran preservar su condición de cabos (sogas de ahorcados) caóticos; síntoma de un espejo en el que no nos reflejamos tercamente unidimensionales, sino tridimensionales: confusión que afirma y confirma la avalancha de símbolos, signos que se enlazan y descuelgan de ese concepto original llamado cuadro para transformarse en la sucesión de recuadros, fotogramas de un filme al que no ha sido invitado Buñuel, pero, de pronto, sí Woody Allen o ese pacifista del infierno que es W. Herzog. En el espacio galerístico, leo: espacio del mar que Moisés no deja de abrir a los hombres para desquiciarlos por la maravilla del milagro, cada fragmento, cabo por atar y desatar, se deconstruye en función de la ruptura de la continuidad engañosa. "Porque hoy la pintura –recuerda Jordi Teixidor– es más un concepto que un cuadro, hasta que punto un artista no puede hoy hacer pintura con otros lenguajes, con el vídeo, con la pura luz, con la fotografía... a fin de cuentas la pintura surge de la transformación del color por medio de la luz".

No estamos recorriendo ni sintiendo el cuadro que podría sucedernos; estamos asistiendo a un cuadro que nos sucede, que nos asalta y asaltamos en la polisemia del imperio de sus equívocos, del no sentido que sólo es válido en la audacia, la capacidad que cada uno de nosotros pueda y debe desatar para lograr que el ojo sea un detector que se estremece sin la limitación de que únicamente tiene que hacer de observador.

En la obra de Madrid, que no puede restringirse al concepto de "pintura", esa invitación surte efecto en tanto nos convierte, como en los cuentos del minimalista Raymond Carver, en cómplices de un proceso que no concluye en la escenificación de unas versiones de un entorno cargado de complejas heterogeneidades, tentaciones, que por igual abarca a los sueños y las pesadillas, sino que nos involucra en la praxis (palabra bastante degradada por los utópicos fatuos) de una cotidianidad en la que las agresiones no vienen ni emanan de los aparatos convencionales de la sociedad y sus órganos represivos; brotan de aquellas estructuras que supuestamente nos auspician y otorgan mayores "libertades": los mass media, globalizados al extremo de que la abundancia de información vía internet y tantas otras rutas nos ha colocado en la medieval desolación de la carencia de información, y el culto de una acriticidad que nunca antes fue excesivamente cómoda. Somos víctimas y victimarios de un alud cuyo peso simbólico nos cosifica sin tregua. Para eso Madrid recurre a un/unos lenguajes en los que cierta complejidad (tiene el valor de asumirla) no lo lleva a la práctica viciada y deleznable de "darle la razón", el placer, al hipotético cliente deformado en la selva de un mercado que, como todo mercado, carece de estética y de ética. Lenguajes que exigen sus límites, que invocan y convocan la tradición para lavarse en novedad, porque, a fin de cuentas los lenguajes nunca pierden su aura de origen.

Lenguaje, insisto, que aglutina los códigos de otros y de nosotros, incluyendo por supuesto el de una música que imperceptible, como el rumor de los cuerpos de los amantes que saben que hay que matar el deseo en medio del pecado para que mañana no los deje con el sabor de reconocerse extranjeros en cuerpo propio; rumor de una ciudad (Quito, Calcuta, la Santa María de Onetti ) que coexiste en este maremagno tatuado con las opciones, también, de los vasos comunicantes: cada tela le debe algo a la otra, pero como los ángeles terribles del norteamericano Hopper, pueden defenderse por sí solas. La urbe se alude en Madrid como Lisboa en los textos de Pessoa: es un paquebote que se lleva la marea, que devora la niebla de esa saudade que en cada una de estas telas, bitácoras de la desazón de los noventa, fluye con el ritmo de una música sacra; o una de esas combinaciones refractarias (otro recurso desplegado por Madrid) que nos ubica en el universo de los que transitan por "mundos ingrávidos y sutiles", al decir machadiano. Pedazos de pared, de cielo, de puertas que se carga el diablo; restos, cenizas, en los que no hay otro sentido para explicarnos que el descubrimiento de la desnudez. Aquí yace un elogio del hombre anónimo como el héroe de todas las batallas, de todas las derrotas. ¿Quién muere al pie de la noche, en la plana mórbida de un periódico empapado de asco? ¿El hombre de Landon? Ese mequetrefe que como reza uno de los anuncios sutilmente racista de esa marca de cigarrillos, "no es del tercer mundo"; o somos cada uno de nosotros los que no nos reflejamos en estos bloques ambiguos, incluso por el tratamiento de lo matérico con efectos sensitivos de shock; bloques cuya anécdota rompe con toda linealidad: recreo, reinvención de dobles, tránsfugas que se retratan en una religión cuyo único dios, o dioses, pueden ser los terrores que siempre han acompañado a nuestros antepasados: la rana, el mono, todos esos fantasmas del bestiario citadino que nunca dejará de ser demasiado bestial y necesario.

En Madrid las condenas no llegan a la obviedad, ni al estridentismo hostil, facilón. El terror, el desmantelamiento de sus mecanismos, no concluye en la caricatura; otra cosa es que ciertos recursos como el comics, la crónica roja, los "silogismos de la amargura" de Cioran, surjan como los planteamientos filosóficos de una sociedad (¿habrá que decir tempo?) que ha hecho de la publicidad la voz del augur y de la meiga. Voces que no escandalizan porque ese es el sentimiento o la resonancia de ese momento. ¿Escandalizan? Claro que si, pero siempre como parte de un malestar que Freud diagnosticó con unas precisiones dignas de una novela de policial.

Puede que para algún ojo espectador esta suerte de improvisación y provocación no logre la realización plena por la diáspora que la ahoga. Apreciación que se rompe al sugerirla; pues en la propuesta sígnica de Madrid  los mensajes –entendidos en el mejor sentido de la palabra– se constituyen como tales al final del juego disuelto como un tótem fugaz  desde los rostros que no piden una oportunidad para nacer, sino que demandan su oportunidad para explicarnos. Teixidor anota que "cuando el mensaje surge coherentemente, con tu reflexión, con tu idea y con lo que has querido plasmar o has querido realizar, tarde o temprano ese mensaje llega. Y son pocos, a lo mejor, a los que llega. Y el mensaje es, no está, es. Y ese ser es ya en sí el mensaje".

En las plasmaciones de Enrique Madrid, que rebasan las fronteras virtuales del cuadro, la reflexión, las ideas y las ansias –por momentos lujuria– de transmitir algo están sujetas no a una preocupación vacua por "denunciar" las torpezas de una realidad cuya única manera de dicepcionarla es a través del descrédito, antigua y nueva fórmula que nos pone ante la reivindicación de la contemplación como otra forma de la crítica; crítica que en Madrid no es un ejercicio exógeno a su vicio de entender y entenderse a través de la deformación de todas las pasiones humanas.    

Área de Letras,
Universidad Andina Simón Bolívar,
Sede Ecuador
(Quito/febrero/1998-julio/2012)
* Este texto se leyó con motivo de la exposición pictórica de Enrique Madrid presentada en La Galería de Quito, en febrero de 1998. (N. del A.)



Enrique Madrid
Imágenes de la Cultura Urbana
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María del Carmen Carrión, revista Diners # 193

Enrique Madrid (Machala, 1964) irrumpe en el ámbito artístico nacional en 1994, cuando gana el Primer Premio del Salón Luis A. Martínez, de Ambato, con la obra La alegría del Ecuador. A partir de entonces, participa en varias exposiciones colectivas hasta comienzos de 1998, cuando realiza su primera exposición individual en La Galería en Quito.
Su producción pictórica se enfoca en la problemática de la cultura urbana. Cuestiona la influencia que ejercen los mass media en las culturas en proceso de definición de su identidad.
Madrid parodia el mensaje estereotipado de los medios de comunicación. En sus lienzos aparecen palmeras grotescas, escenas de exacerbada violencia, balones de futbol, todos esos significantes vacíos, señas que no nos caracterizan y que, sin embargo, recibimos como si fuesen la viva imagen de nuestra realidad.
Estos signos se disputan el espacio en la tela con manos y cabezas sin rostro que ingresan bruscamente en el espacio pictórico; con hombrecillos que flotan en el espacio, aislados unos  de otros, sin el más mínimo rasgo de comunicación entre ellos. Comparten, como única característica común, la carencia de un rostro que los identifique.
En Vital (1994), Madrid se refiere al discurso massmediático sobre la violencia. En esa obra interviene tres veces la misma imagen, creando un personaje que es, a la vez, víctima, victimario y anónimo espectador. Este juego de representación, al que somos invitados a participar, mantiene el discurso de los medios de comunicación: es directo, de rápida y fácil lectura y conserva la supremacía de la imagen. El puñal, la palmera sangrante y el coche anfibio que colapsa en un charco de sangre, son el equivalente gráfico de los signos con que somos bombardeados día tras día por los medios.
En otros trabajos, Madrid integra páginas de diarios y revistas evidenciando la manera como los mass media influyen en los procesos de identidad de una sociedad. El discurso unificado de esta pretende imponerse en el horizonte simbólico de la comunidad. Sus símbolos tergiversados intentan reemplazar a los poderes culturales anteriormente establecidos, pero carecen, sin embargo, de solidez, autonomía y validez.
Vivimos un proceso de dominación simbólica producido por el macro alcance de las comunicaciones mediáticas, que nos venden una supuesta imagen de lo que somos, de lo que debemos ser, y de la manera como debemos mirarnos a nosotros mismos.
Madrid evidencia esa problemática, ironiza este discurso y lo altera. En Sin título (1995), utiliza una ilustración gráfica: sobre la fotografía de un hombre se lee “Este hombre no es del tercer mundo. No trabaja. Sus ideas están muy claras. Y además fuma MALDON lo que es suficiente para que usted lo aprecie”. Enmarcando esta ilustración vemos cómo se produce la metamorfosis de una rana en un individuo y/o viceversa. Metamorfosis cotidiana de todo aquel que busca en el mensaje de los medios el paradigma de su realidad.
En Ecce Homo (1994), vemos en el primer plano la silueta de un personaje sin rostro ni ninguna señal particular que lo identifique. Su ser es invadido por un plasma serpenteante que poco a poco va ganando terreno y devorando todo vestigio de individualidad. Este ser-comunidad, sumergido en el anonimato, recibe un mensaje que no sabe discernir y que, más allá de enriquecerlo, lo anula. En él se cumple el enunciado de Beatriz Sarlo: “Donde llegan los mass-media, no quedan intactas las creencias, los saberes, las lealtades”1.
La obra pictórica de este artista nos transmite una visión cínica de la vida urbana, sus personajes parecen emerger de historietas de lo absurdo: mujeres preñadas por monitores, seres engullidos por vagones y coches de supermercado, parejas en frenéticos encuentros sexuales, todos ellos debatiéndose entre el anonimato y el ridículo.
La repetición serial, característica primordial en la obra de este artista, se crea a partir de la reproducción de diseños que él denomina “murmullos visuales”. Líneas sinuosas que se repiten formando una serie de íconos, que producen como resultado una superficie vibrante e inestable que nos remite a la realidad cultural en proceso de hibridación.
1.- Sarlo, Beatriz, Escenas de la vida posmoderna, Ed. Ariel, Buenos Aires, Argentina, 1994, p. 111

Revista Diners # 193
Dinediciones. 1998
Quito, Ecuador



Nuevos Cien Artistas:
Enrique Madrid
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(Texto crítico publicado el libro Nuevos Cien Artistas ecuatorianos. Dinediciones)

Nacido en Machala, Madrid irrumpe en el ámbito artístico nacional en 1994, cuando gana el primer premio del salón Luis A. Martínez, de Ambato, con la obra La Alegría del Ecuador. A partir de entonces, participa en varias exposiciones colectivas hasta comienzos de 1998, cuando realiza su primera exposición individual en La Galería, en Quito.

Madrid –quien había estudiado en la Facultad de Artes de la Universidad Central, especializándose en pintura y grabado- enfocará su obra en las problemáticas de la cultura urbana y en los conflictos mediáticos. Su trabajo cuestiona la influencia que ejercen los mass media en las culturas en proceso de definición de su identidad, discurso unificado que pretende imponerse en el horizonte simbólico de la comunidad. Sus símbolos tergiversados intentan reemplazar a los poderes culturales anteriormente establecidos, pero carecen, sin embargo, de solidez, autonomía y validez. Por ello, a manera de parodia vemos aparecer en su lienzo escenas de exacerbada violencia y signos estereotipados que no nos caracterizan pero que recibimos como si fuesen la viva imagen de la realidad: a manera de graffiti, estos signos se mezclan con manos y cabezas sin rostro, sin que se existan comunicación entre ellos.

Su pintura es una crítica de la prensa amarillista y de la saturación de la violencia con la que nos inunda la televisión. El juego de representación de Madrid comparte ciertos rasgos con el discurso utilizado por los medios de comunicación: es directo, de rápida y fácil lectura y conserva la supremacía de la imagen. Trabaja también desde el collage e integra a sus lienzos imágenes de diarios y revistas, para reflejar la forma de cómo estos influyen en los procesos de construcción de identidad de una sociedad y para cuestionar, en general, ese discurso unidimensional de los medios de comunicación que intenta ahogar cualquier discrepancia.

Así, la obra de este artista se sitúa al borde de los procesos de dominación simbólica producida por el inmenso alcance de las comunicaciones mediáticas, que nos venden una imagen de lo que somos, de los que deberíamos ser y de la manera cómo supuestamente debemos mirarnos a nosotros mismos. Como tantos espíritus críticos, Madrid busca ironizar dicho discurso y alterarlo.



Enrique Madrid O.
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Hernán Rodríguez Castelo
Nuevo Diccionario Critico de Artistas Plásticos del Ecuador del siglo XX.

Se reveló en 1994 ganando el Primer Premio en el Salón Luis A. Martínez, Ambato, con su obra La alegría del Ecuador. Allí y en los trabajos que expuso en el vestíbulo del Palacio Municipal, mostraba concepto y creatividad visual. Sobre un fondo fuertemente pintado en trazos cortos rojos, azules y verdes, otra superficie, como soporte impuesto, algo oblicuo, también muy pintado, en azules y grises, sobre fondo de colage. Y elementos: manos y dados de color. Todo con cierto ritmo. Y prescindiendo todo, cierto juego. Pero la suya, con colores fuertes y dibujos, era una expresión crítica.

El objeto de esa crítica y las formas que asumía quedaron más a la vista en su primera individual, en La Galería (1998). Los dieciocho cuadros (o casi instalaciones: había fragmentos o signos pegados en las paredes y grafismos en crayón en rincones de las salas) expuestos tenían como tema recurrente la cultura urbana: sus alienaciones debidas a los medios masivos de comunicación, su violencia (carros chocando, cuerpos rozando o volando por los aires, armas, gestos), sus acciones sin sentido ni inteligencia (cuyos signos eran manos que aparecían sin cuerpo o cuerpos sin cabeza). Y todo ello se realizaba con un estilo vecino a esos mismos mass media que se criticaba: con algo de comic, con formas estereotipadas, con fragmentos de discurso que rescataban  irónicamente los inescrupulosos mensajes de la publicidad. Pero esa retórica recuperada de lo que el sistema usaba para manejar a la sociedad se integraba en el estilo que el artista venía construyendo lúcida y concienzudamente desde comienzos de los  noventa: fondos de apretada trama y sobre ello figuras de un dibujo elemental, entre la caricatura y el grafito, de firme delineado y colores planos o como manchas oscuras, para conjuntos con cierta organización narrativa (en algunas obras, en recuperación burlesca de la crónica roja) o seudopublicitaria. Y la suma presidida por un amargo humor negro y realizado como desdibujo feista. Que eran los dos signos dominantes para decir la crítica del artista al caos urbano y aberraciones sociales.

Nuevo Diccionario Critico de Artistas Plásticos del Ecuador del siglo XX.
Centro Cultural Benjamín Carrión
Municipio Metropolitano de Quito
Quito, 2006



El laberinto del tropo
(Texto crítico para "La erosión del sentido", Libro-catálogo de la obra de Enrique Madrid)
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Cristóbal Zapata
Cuenca, septiembre 25, 2012

Palmeras, siluetas humanas que semejan los monigotes de Keith Haring, cubos, balones de fútbol, manos, siempre manos, sujetos y objetos insolados, cuya fragmentación y desconexión sintáctica es la expresión de su desubicación dentro de la trama urbana, extraviados en sus meandros, perdidos en la traslación y en la traducción de sus códigos, de los signos y mensajes mediáticos que constituyen la verdadera urdimbre del tejido citadino, el plano de fondo sobre el que transitan o se emplazan….
He aquí una descripción aproximada y esquemática de los cuadros que Enrique Madrid empieza a pintar a comienzos de los años noventa y que confieren al artista su identidad y singularidad visual en el contexto de la pintura contemporánea ecuatoriana.
Sobre este entramado, el artista desarrollará algunas variaciones estilísticas y ampliará su repertorio icónico y temático. En 1999 –cuatro años después de la firma del Acuerdo de Itamaraty- pinta tres cuadros (Analista de la lluvia, La justicia desde el punto de vista euclidiano, La nube o Tormenta en un vaso de agua) donde usa eficazmente un procedimiento metonímico –junto a la sinécdoque, el dispositivo retórico que fundamenta su pintura-, es decir, designa el signo por la cosa significada: El Ecuador nombrado a través de su mapa, ese mapa “escolar” concebido como un triángulo isósceles, ficción cartográfica que instituye uno de nuestros mayores mitos culturales, en tanto atañe a la representación del territorio nacional. Agujereado sobre una sombrilla, convertido en un bucólico estanque de cisnes o en cúmulo de nubes que se precipita sobre un vaso de cristal, las ingeniosas e irónicas representaciones que ejecuta Madrid tienen un elemento natural en común: el agua, de modo que entre otros sentidos parecen remitirnos –por los caminos oblicuos del tropo visual- a la figura hidrográfica y geopolítica del Divortium acuarum, al diferendo fronterizo aún pendiente con el Perú.
Mapas y sobre todo planos, son los objetos centrales del imaginario “madrileño”. Su pintura es ostensiblemente topográfica. Madrid pinta sobre una cuadrícula que evoca por un lado el plan hipodámico o el plano en damero sobre el que se organizan las ciudades, y por otro, el trazado reticular de la prensa escrita, que el artista cita veladamente. Ahí están sus cuadros: Estructuras sin-tácticas, Autogol, Historia de un inmigrante (primera parte); Yo, que tantas veces me siento tan real como una metáfora o La alegría del Ecuador. Así, el artista da una inesperada y acertada vuelta de tuerca a la retícula, un recurso plástico que parecía agotado y clausurado en sus posibilidades semánticas y expresivas, y que al decir de Rosalind Krauss constituye “el emblema de los anhelos modernos en el ámbito de las artes visuales” 1. Las retículas de Madrid contradicen y desvirtúan varios de los argumentos que la crítica norteamericana da por sentados.
Allanada, geometrizada, y ordenada, la retícula es antinatural, antimimética y antirreal. Es la imagen del arte cuando éste vuelva la espalda a la naturaleza. En la monotonía de sus coordenadas, la retícula sirve para eliminar la multiplicidad de las dimensiones de lo real, reemplazadas por la extensión lateral de una única superficie.
Lo cual puede ser cierto si nos atenemos a las experiencias del cubismo, De Stijl, Mondrian o Malevich –ejemplos propuestos por Krauss como paradigmas modernos-, pero no en el caso de Madrid, quien al actualizar la retícula mimetizando las coordenadas ortogonales de la morfología urbana o bien el diseño cuadricular de los periódicos, recupera precisamente “la multiplicidad de dimensiones de lo real”, esto es: las zonas de turbulencia de la vida urbana, su confusión, alboroto o perturbación, y las áreas de interferencia mediática, el ruido y la polución de sus anuncios y programas.
Trabajando sus cuadros en distintos estratos que –tal cual las capas geológicas- entrañan diferentes “formaciones”, sea que apele a la retícula o a las compactas tramas que suele usar de fondo –que recuerdan tanto las pictografías rupestres, los “ovillos” o “madejas” de Luis Cruz Azaceta, como las cenefas del papel decorativo-,  Madrid construye una y otra vez una figura consustancial a la imaginación barroca: el laberinto. Laberintos tropicales, diríamos –propios de un artista cuyo lugar natal y hábitat cotidiano son los parajes orenses-, entre cuyos recovecos y sinuosidades, unas formas  desfiguradas, unas formas de la inestabilidad y la incertidumbre, aparecen desorientadas, fuera de foco, fuera de sitio, como un conjunto de interjecciones plásticas , como si el lienzo estuviera tachonado por signos de  admiración e interrogación. Ya Barthes había advertido sobre la función metafórica y hermenéutica del laberinto 2. En el dédalo urbano todos estamos obligados a leer e interpretar sus códigos y señales para encontrar el camino.
Cuando la sociedad del espectáculo y del mercado ha transformado la mercancía en fetiche y ha hipertrofiado las partes ocultas o expuestas del cuerpo (piénsese en las “pólizas extraordinarias” creadas por las grandes aseguradoras para proteger las manos de Iker Casillas, las piernas de David Beckman, las cuerdas  vocales de Isabel Pantoja, o las nalgas de Jennifer López), no es casual que las pinturas de Madrid aparezcan como galaxias consteladas de fragmentos dispersos, descentrados, que se traducen en sinécdoques, y prioritariamente en sinécdoques corporales. Con un vocabulario plástico personal, el artista toca las partes visibles del cuerpo para hacer erosionar el sentido escondido del todo, esto es, del orden cultural (mediático y mercantil) imperante3.
Estructuras laberínticas, dispersión, descentramiento y dislocamiento, cierta oscuridad o indefinición formal, una geometría fractal en desmedro de la geometría clásica euclidiana, la comprensión del espacio y los recursos formales empleados por el artista adscriben a tácticas de la estética neobarroca catalogadas por Omar Calabrese, quien postula el concepto de neobarroco para explicar la diversidad de expresiones artísticas y fenómenos culturales de la vida contemporánea, en oposición a las etiquetas de “posmodernidad” que considera demasiado general e imprecisa. Pero quizá, a Madrid le vaya mejor el calificativo de neobarroso, acuñado por Nestor Perlongher, que conjuga la noción de barro y de barrio, y más aún el de neobarroso, recientemente propuesto por Tamara Kamenszain 4.
Lo cierto es que este artista del barrio y del barro, del barroco borroso, combina sus visiones catastróficas de la urbe con bellos óleos y acuarelas de las ciudades donde ha vivido o por donde ha pasado, realizados in-situ, ya sea como un testimonio de su travesía vital, o como ejercicios de adiestramiento, del mismo modo que ha cultivado con fortuna el arte del retrato (género que han practicado con no menos éxito y frecuencia varios de nuestros contemporáneos: Jorge Velarde, Marcelo Aguirre, Patricio Ponce, Pablo Cardoso, Wilson Paccha, entre otros) , del que esta publicación recoge estupendos ejemplos.
Desde la periferia extrema donde reside, en un diálogo íntimo y lúcido con su entorno y con la vasta y diversa memoria del arte figurativo, Enrique Madrid ha producido una obra que por el mundo y la gramática que crea, amplía y enriquece la brillante tradición de la pintura ecuatoriana.

1 Rosalind E. Krauss, “Retículas”, en La originalidad de la Vanguardia y otros mitos modernos, versión española de Adolfo Gómez Cedillo, Alianza, Madrid, 2002, p. 23.

2 Véase Roland Barthes, “La metáfora del laberinto”, en La preparación de la novela. Notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 1978-1979 y 1979-1980, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005, p. 171.

3 Todo en Madrid pasa por lo que en retórica se conoce como tropos o “figuras de significación”. Ya en 1992 pintó un magnífico cuadro que tituló Sinécdoque, donde sobresale lo que parecen ser dos torres de televisión o de petróleo. Para su cuadro Yo, que tantas veces me siento tan real como una metáfora (1995), echa mano de una frase de Pessoa, que puede ser leída como una declaración de principios artísticos.

4 Tamara Kamenszain, “Retroceder el cuello a la gramática. Avatares de un movimiento literario de los años 80”, en www.casadelasiguanas.org/2010/05/retorcer-el-cuello-de-la-gramatica.html

Banco Promerica, “La Erosión del Sentido”
Ediciones El Apuntador, 2012.



1. Aprendiendo de las orillas
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Cristóbal Zapata
Cuenca, septiembre 2012 / julio 2014

Aunque las aproximaciones biográficas al arte se hallan en desuso, para comprender mejor la trayectoria artística de Enrique Madrid y la diversidad de géneros y temas que ha transitado, es importante conocer algunos episodios de su itinerario vital y los parajes del entorno geográfico en el que ha desarrollado su obra. Ya el mismo artista, en un lúcido ejercicio de autoconciencia creativa, consagró su tesis de licenciatura a rastrear los encuentros y desencuentros de su formación1. De ese estudio glosamos algunos pasajes en esta primera parte.

Hijo de inmigrantes, Madrid nació en 1964, en pleno boom bananero, en El Cambio, un diminuto poblado “devorado por la inmensidad de las plantaciones de banano que lo rodeaban”, ubicado a un costado de la vía entre Pasaje y Machala. Y es precisamente contra este monótono paisaje bananero y sus subproductos (certámenes de belleza, pinturas alegóricas y esculturas públicas, adornos y souvenirs), que instituyen lo que Madrid llama irónicamente “el alfabeto cultural orense”, que el joven artista va a rebelarse, buscando en las orillas de la ciudad, en el imaginario y la cultura marina, en el trópico profundo, una fuente alternativa de estímulos para su trabajo.

Así, entre los 14 y 20 años, con sus instrumentos de pintura, Madrid frecuenta los esteros y manglares en los extramuros de Machala, fascinado con el mundo frugal y rústico de los pescadores, cuya memoria se remonta a la época precolombina. De manera que los paisajes costeros y las vistas de los barrios marginales que realiza en estos años constituyen un capítulo crucial en su aprendizaje del arte y de la vida, y antes que verse como manifestaciones de un costumbrismo trasnochado han de entenderse como un ejercicio de disidencia simbólica, como una expresión de resistencia ante la indigencia intelectual de ese imaginario bananero impuesto por el capital agroexportador. No se trata entonces de un acto de regresión, sino de retorno a las fuentes originarias y nutricias de la cultura orense. (El mismo artista, en su niñez, había aprendido a pescar jaibas y coger cangrejos, conchas bajeras y mejillones, que eran parte de la dieta familiar).

Por esos años, mientras cursa la secundaria, Madrid se vincula a un grupo de teatro estudiantil, en el que actúa como escenógrafo, y donde –debido la carencia de espacios adecuados para la representación teatral- debe encontrar soluciones imaginativas para la escenificación de las piezas. Escuchemos su testimonio:

…nuestras obras requerían escenografías dinámicas, adaptables a la transformación, y en muchos casos eran imágenes pintadas que sostenían los actores en sus manos y que eran usadas a medida que la función evolucionaba, para crear una ambientación instantánea que funcionaba en coherencia con los diálogos de los actores.

Se exhibía la imagen pertinente en el momento adecuado, o con esos mismos paneles, cuando era requerido, los actores creaban una división espacial que separaba la escena en diferentes áreas semánticas, ya sea simbolizando cambios de tiempo (pasado, presente futuro), o estratificación (los de arriba; los de abajo; los ricos, los pobres); discurso social, discurso subjetivo, etc. En todos los casos, estos paneles portátiles tenían uso por ambos lados y se ajustaban perfectamente a diferentes construcciones de sentido en relación al texto y a sus connotaciones visuales, elementos que proporcionaban una narrativa teatral lúdica, y ciertamente novedosa.

Esta experiencia, sin duda, dejará su impronta en las tramas o laberintos urbanos que Madrid empieza a pintar a comienzos de los años noventa –puzzles de grafías y grafemas-, que confieren al artista su identidad y singularidad visual en el concierto de la pintura ecuatoriana contemporánea.

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1 Remito a Enrique Madrid Ortega, “Machala y mi primera etapa de formación artística”, Tesis de licenciatura, Escuela de Artes Plásticas de la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador, Quito, septiembre, 2010.


Enrique Madrid: el duro de Machala.

Septiembre 6, 2016 ArteGalería
Por Genoveva Mora.
Revista Mundo Diners, Edición 412 – septiembre 2016.
Desde niño, en Machala, su pasión era el dibujo, invertía mucho de su tiempo en ese empeño, solía quedarse algunos recreos en el aula, dibujando. Luego tomó su primer taller de pintura con Víctor Murriágui, con quien reafirmó su decisión de ser pintor.
Terminó la secundaria y se trasladó a Quito para estudiar “formalmente”, ingresó a la Facultad de Artes de la Universidad Central y recuerda ese tiempo de manera especial: “Pasé algunos años casi sin pintar; paradójicamente, estudiar artes reducía mi tiempo para pintar, la experiencia académica amerita un debate”.
Sin embargo, tuvo también satisfacciones. Al año de haber llegado a la capital, ganó un premio nacional de pintura con un jurado formado por Kingman, Guayasamín y Villacís. Asimismo, un día que tomaba su primera clase de dibujo con modelo en vivo, se aterró y pensó: me van a hacer pedazos, pero cuando se dio cuenta estaba rodeado de sus compañeros, quienes, sorprendidos de su habilidad, observaban su labor.
La formación para Enrique Madrid tiene dos vertientes: la formal y la personal, que según él es la herramienta que más beneficios le ha proporcionado. Él es un investigador nato, no concibe su oficio sin ese ámbito. Piensa las técnicas tradicionales como contenedores de contenidos de otras culturas, y cree que como artista hay que tener conciencia de eso; de hecho, en su obra no puede eludir esta tradición de lenguajes y técnicas, pero al conocerlas ha sido capaz de encontrar la utilización de pigmentos, acrílicos y óleos de una manera particular, y ponerlas al servicio de su visión personal.
La técnica que el artista construye es fruto de la investigación. “El lenguaje del pintor es como una voz que tiene que estar en continuo entrenamiento. Yo no creo en el estilo, creo en el artista como un operador cultural que puede utilizar distintos recursos del lenguaje, tomar cualquiera de las vertientes y emplear, por ejemplo, el recurso de deconstruirla”.
Para Madrid pintar es poner en escena una realidad fracturada que termina de construirse en el ojo del espectador. “Yo abordo este mundo fraccionado, donde el sentido se resquebraja, un mundo donde habitan muchos mundos, muchas capas que pueden reflejar mi esencia. Todas las obras que pinto en paisajes son reales, no es una fabulación a partir de la realidad, lo mío es real, pintado en tal fecha y tal lugar. Pintar al aire libre es un espacio de reflexión, son materiales de experiencia y vivencia. Pintar es un proceso que me construye como artista y como ser humano, porque pintar incluye una serie de actitudes extraplásticas”.
 Un largo periplo
Dejó Machala por casi veinticinco largos años, parte de los cuales vivió en California cuando ganó una beca para estudiar dibujo en el Berkeley City College. En ese tiempo ganó también un concurso para pintar El mural de la democracia, un proyecto muy ambicioso en el que Enrique desplegó sus dotes de pintor y dibujante, investigó y leyó ampliamente la historia para tal propósito.
Su experiencia fuera del país le ha corroborado que las formas culturales son múltiples y que a veces tenemos una noción de cultura construida desde un discurso del poder en el mundo del arte; pero la cultura y el arte que no entran en ese discurso oficial están vivas y hablan por sí mismas. Enrique mira hoy su entorno con otros ojos, lee este Ecuador desde la mirada personal y vincula su quehacer artístico con la gente que lo rodea, con los materiales que la cotidianidad le proporciona.
Reconoce múltiples influencias. Cuando se interesa por algún pintor o época investiga a fondo; así lo hizo en diversos momentos de su vida con Cézanne, John Singer Sargent, Lucien Freud, el pop art, Keith Haring. Admira la obra de los artistas contemporáneos cubanos Los Carpinteros, de Damien Hirst y Cruz Azaceta y el trabajo del videoartista Mathew Barney, de San Francisco. En su obra tiene mucho que ver la música. Enrique es músico, también estudió canto. La música es su bálsamo, su descanso y su deleite; hace música, le gusta cantar y, por supuesto, la escucha largamente.
Su cotidianidad se llena con largas horas de tarea. “Trabajo como doce horas, a veces más. Me levanto, desayuno y paso a mi estudio que está en el segundo piso. Organizo el taller del relajo del día anterior. Pasando un día doy clases. Utilizo un tiempo para acuarela. En la mañana está lo tradicional, los retratos para los que necesito más la luz. A la una empiezo a armar los proyectos personales de pintura contemporánea. Mantengo ese ritmo hasta que colapso. Visito a mis amigos, salgo con mi compañera a una cerveza, un karaoke. En Puerto Bolívar o en Machala voy con mis amigos del arte y la política”. Siempre ha trabajado de manera independiente, solamente en una ocasión lo hizo para una institución burocrática, pero la experiencia fue fugaz.
Forma parte de algunos proyectos culturales que se desarrollan en Machala. Tiene muy claro que lo único que le otorga vigencia es seguir aprendiendo. Trabajar en el espacio de la pintura contemporánea le permite tratar otros aspectos de la creación como esa teatralidad urbana donde converge lo disímil.
A lo largo de su carrera ha realizado numerosas exposiciones a nivel personal y grupal, dentro y fuera del Ecuador. Su actividad es intensa, no cesa de exponer y proponer. Dirige el Salón Machala, un evento trascendente para su ciudad, que se institucionalizó en junio de 2010. En 2015 formó parte de una residencia de artistas organizada por la Western Ontario University, de Canadá, que tuvo lugar en Portovelo; fue un trabajo sobre el impacto de la cultura en el paisaje. Asimismo dirige una escuela de arte para los niños y la comunidad.
Ha tenido varios reconocimientos que enriquecen su hoja de vida; entre ellos el Commnunity Service Award, en Berkekey City College, en 2006; el premio al mérito artístico otorgado por el Consejo Provincial de El Oro en 2000; el premio Coloma Silva a la mejor obra en la exposición de egresados de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Central del Ecuador, en 1994, y, en ese mismo año, el primer premio del Salón Nacional de Pintura Luis A. Martínez, de Ambato. Cuando recién empezaba, obtuvo el primer premio en el Salón Nacional de Acuarela de Quito, en 1991. Mucho tiempo después, en 2015, fue reconocido como el Pintor del Año por la Casa de la Cultura, núcleo de El Oro.

ENRIQUE MADRID: EL CAOS MINUCIOSO (lectura de La erosión del sentido, Catálogo del El Apuntador ediciones, 2012)

                                                                                                              Por James Martínez Torres       

1

El verbo que designa el propósito central  es: Re-semantizar el mundo. Para eso, la esclerosis del sentido en todo caso deliberada, desde el sesgo radical del creador equipado con su ojo educado. Todo repartido en una obra de exaltante complejidad, por su concepto, factura, tratamiento y asombrosa visión crítica.

Madrid nos lleva por las derivas de la mirada: una artesanía minuciosa (en el sentido de miglior fabro que decía T.S. Eliot en la dedicatoria de su poema Tierra Baldía al viejo Pound, mentor o animador). Quiero decir hipertextos cromáticos y texturales, casi capas sobre capas que no incomodan al tacto sensible pero enriquecen la visión, una conciencia crítica, un paquete resuelto en armonía de formas y materiales cromáticos que captura (y construye artísticamente) el caos de mundos que se abren a otros espacios.

Caleidoscopio vertical o limitado por el formato elegido, puertas- ventanas- pasos de calzado diverso de gente invisible que transita lechos y aceras de una urbe bananera intermedia (¿el mundo?), rendijas -y el ojo que mira por ahí, voyeur frenético pero enmascarado de imparcialidad en su máscara de Madrid, cerraduras que invitan a mirar y armar la trama irónica, infierno modulado de la modernidad por esa mirada crítica- codificando, palmeras de la ciudad de las palmeras, bicicletas de cuadriculadas ruedas (piensen el gesto grotesco, si rodaran), calcetines de payaso, balones de fútbol, paraguas que hacen llover, etc  y hay más, inventario de escombros y desechos de la modernidad: aquí se siente el desencanto el desarraigo el desamparo existencial de un sujeto atrapado en  la foto del collage, de la noticia vespertina, de la página social  o  deportiva, del álbum familiar: fotos que son otro plano: la técnica hace lo que pide el tema o la fruición del ojo y la mano del autor, fotos donde bucea en un aire enrarecido, el género humano del anticuario de la ciudad: aire público y vida privada, parodiada, reinventada, sugerida, donde una cromática intensa delimita, traza el borde, dibuja los demenciales extramuros de ese pueblo con un suburbio a pocas cuadras del centro, deshuesaderos nublados donde late y pugna por salir el fin del mundo (bananero), universal.

Una visión (no tan críptica) del espacio visual representando la crítica de la realidad: (si no fuera así, no habrían artes visuales, comidas por el mercado y el currículo que le corresponde).

2

Inventario de códigos y objetos anodinos (nada lo es aquí, nada es lo que parece, todo remite a más), será largo y tendido en la tela que no acaba nunca y se prolonga en la trama dudosa de esto que llamamos lo real. Cada cosa des-centrada y resituada en el magma del texto visual, cerrado universo que se  abre a la sorpresa: como el cubo del ahorcado de Pablo Palacio, Interioridad que busca su centro afuera, en la mirada-del-otro: entonces hagamos un inventario de llaves y candados y ventanas, que invitan a entrar, salir, ¿pero adónde?-

Ironía y sarcasmo visual (ej. Sillas con zapatos o botas). Sinestesia: cromática que remite a sonidos de fiesta con algo de humor de negro o sones de regetón. Atmósferas que sugieren gritos ayes pregones de la calle: orquesta y coros, superpuestos mezclados desiguales, toda la plaza pública que irrumpe en interiores con su viento su lluvia manual y su aire loco y bárbaro.

3

MATERIALES: todos los de las artes plásticas y todas las grafías. Textos: ¿qué significan, qué lugar ocupan y cómo funcionan en la eficacia del mensaje plástico y múltiple? (DESARROLLAR). Todo codificado por la mano de Madrid su mano y su ojo que palpa  los climas de la modernidad de la ciudad intermedia hecha universo, Cosmópolis, grotesco tropo tremendista, modulado por la mirada crítica y el trabajo manual controlado por una vocación casi artesana en su aplicación manual, pero cargada de cultura artística y penetración alegórica en la cotidianidad.

Técnicas (por ejemplo el collage, con fotos esfumadas casi, bajo una superficie de objetos y rostros que habitan otro tiempo): técnicas para introducir signos como formas que el imaginario colectivo codifica de otro modo, para sugerir la convivencia de mundos y en planos de espacio y color que se intercambian y dialogan, produciendo una sensación de extrañamiento, rompiendo los hábitos mentales del espectador, induciendo a cambiar los automatismos de la percepción del arte y la realidad, conjugando modos de la ilustración callejera o informal con recursos académicos, en una síntesis intransferible. Intuimos en este muestrario, un lenguaje de Pop-art mestizo como parodia o recurso para dar cuenta de un mundo propio, que no pierde la universalidad de su  propuesta artística, grotesco, pero festivo, sin remilgos mercantiles ni concesiones a la frivolidad.

Técnicas: materiales del collage de fotografías: periódicos, fotos de archivo, álbumes familiares. Collage de pinturas. Acrílico y grafito. Collage de papel impreso. Adhesivos publicitarios.  Acrílico. Pigmentos naturales

El collage: ¿ cómo opera como productor de efectos y sentidos en el diseño de  la obra?  : humanización, intimidad, presencia de lo prosaico, el lugar común, la crónica roja: la cotidianidad y los micromundos que nos seducen en la calma chicha del aburrimiento citadino. Y las texturas que crea la superposición de técnicas y materiales, cruce de mundos y la diversidad de lenguajes, todo en el formato de la tela.

Y cerca, el fosforescente manglar, el estero histórico donde brama el conchal, la orilla que nos funda, donde se desprendieron los primeros punaes, y la flora y la fauna ribereña y marina: todo eso puede ser re presentado, como ausencia que se acerca y rodea el universo minuciosamente parodiado, caótico, íntimo y público. Y ese borde difuso que hace la hibridez, la síntesis de lo bárbaro y lo moderno mercantil, la cultura que Madrid relee, deconstruye y reinventa en términos visuales, cromáticos, gráficos, dibujo que colorea y color que traza límites y formas.

Aquí decimos que nuestro artista -casi como quien no lo intenta siquiera- transgrede y cuestiona el mismo concepto de Arte ilustrado, de sala de exposiciones y museo, su barroquismo descentra el mismo ojo del magma donde parten las formas circulares que invaden el vacío y  recoge tradiciones o influencias recientes: el grafitti, el informalismo, Dubuffet, el arte urbano, Alechinski, Basquiat , Polke, Raushenberg, etc, (es un censo desigual); el grotesco popular, la readaptación de la cultura gráfica mediática, de diarios y pedazos de texto impreso que son seres humanizados que soportan huesos, logotipos de marcas recreados con ironía, zonas inéditas del espacio privado y del cuerpo, manuscritos en la palma de la mano y en muslos de mujer que nos recuerdan el mundillo de las trampas del aula en el colegio. Así la erosión de la materia cromática , al mismo tiempo que multiplica y desordena y hace proliferar formas nuevas, climas  que son nuevas miradas de nuestra modernidad local, agrícola y minera, novelera y consumista, y toda la esquizofrenia diaria ennoblecida, por el humor y el ojo crítico.

Si mostrara las imágenes de La erosion… en un portal con nombres y amenazas y penes y breves promesas de amor y marcadores del clásico del astillero, y posters viejos, todo sería uno, se fundiría con el paisaje salvaje de los códigos urbanos anónimos.

4

Textos escritos, manuscritos o impresos : ¿qué significan? Aquí juega y aporta el arte callejero, el trazo naif, la literatura, la búsqueda de la intimidad de la letra manuscrita, siempre arañando un trozo de interioridad: camisas blancas que piensan su condición, abstrayendo parlamentos en globos de tira cómica; el collage de periódicos impresos (AUTOGOL), ahoga en transparencias verde-agua sucia otras zonas de vida diaria, (partidos de futbol, titulares amputados, señales de tránsito para perderse, presididos por una fosforescente planta de plátano donde cuelgan pelotas de fútbol como frutos). Y la letanía obsesiva manuscrita mil veces: “Otra vez otra vez otra vez otra vez…..” como si fuera el escritor asesino de El resplandor, de Kubrick, y así.

Calidad y pertinencia de los materiales, jerarquías y lugar en la totalidad. Solo lo enuncio como aspecto de una lectura que no tiene por qué ser esclarecedora a full; no soy curador ni crítico,  solo un mirante con algo de criterio visual. Öleo y acrílico, pigmentos naturales, sobre tela. Témpera, una que otra acuarela Técnicas: collage de periódicos impresos, de pinturas, fotografías, grabado, aguafuerte, litografía, aguatinta, aguada. Barniz blando.

Pero las jerarquías son simbólicas y se integran al diseño de una crítica visual de la realidad por medio de la representación del arte: todo se somete a una mirada que cuestiona el lugar de los objetos en el imaginario cotidiano y al hacerlo, des-centra, perturba la percepción, como un saludable ejercicio de (des) y re-conocimiento: deconstrucción para conjurar el horror y la mediocridad y la costumbre citadina y propiciar el espacio para ir produciendo, desde una mirada nueva (menudo proyecto), percepciones frescas del mundo. ¿Te sumas?

Entonces, desde el fondo plástico que soporta los mundos de Madrid, (su alter ego que pinta, por que el autor desaparece en la fruición el frenesí la ebriedad que es la condición de la creación, trabajo y oficio y manía, nunca inspiración), tenemos -otra vez-: fotos, titulares de diarios, textos manuscritos, impresos, refranes y dichos de la oralidad familiar popular. Por que palpita en esta obra un toque “ausente” de imaginario rural que esta cerca, espacial y culturalmente, en el inconsciente comunitario, que habita en el artista. ¿qué son si no, hacer el cuatro, tormenta en un vaso de agua, esta historia no es de risa, ¡ya volvemos no se vayan¡, nadie sabe lo de nadie?: puro sentido común, conseja, epistemología de la boca y la experiencia.   Las manos, los huesos, la muerte como código irónico, el juego, el mercado, el grotesco de la mercancía que satura y moldea un cuerpo que, en la obra de Madrid, está, a pesar de la convención técnica, saturado, por explotar, trozado, a veces torturado por los mismos objetos de su ironía. (¿Dónde han visto un papel higiénico con púas, que metáfora es esa? Las partes bajas del cuerpo humilladas en el rito más común). Cada código contrapuntea con su complementario en el intenso, incendiario, casi demencial bestiario del conjunto de obras que comentamos y de aquí sale una compleja y no menos edificante (nada lo es respecto a lo que se deconstruye) aventura de resignificación.

5

Títulos: otro nivel expresivo (cuasi literario, otra poética) que dialoga y juega con el interior del cuadro: vayan a mirar el catálogo: Sentido de pertenencia, Vital urbano, historia de un inmigrante (denotativos-inocentes); Análisis de la lluvia, La justicia desde  el punto de vista euclidiano, Yo, que a veces me siento tan real como una metáfora; Por la boca de la noche, regresaron; La evolución de los intereses particulares (irónicos-poéticos), etc.

Si contrastamos el texto con el mundo representado, será un rico ejercicio de percepción del arte.

6 (A modo de conclusión )

6.1

Madrid trabaja hacia los lados, hacia el centro del magma ciudadano. Su representación visual crece por partenogénesis, rizomáticamente (cfr. Deleuze)

Un devenir multiplicador de signos re escritos desplazados de su eje usual, texturas y climas donde la obturación de la forma y el color produce otro espacio tejido que abre-cierra-abre Nuevos territorios: calidoscopio.

(parece que cuando trabaja, va narrando una historia que no es lineal y lo que parece que son objetos o rostros dispersos a su atroz destino, son estaciones donde todo se trama y trafica: la vida misma un poquito más oscura y a veces coloreada con grumos de agresivos tonos)

6.2

Signos sacados al desamparo del espacio plástico y burlados por un ojo que aprecia el humor grotesco, como subversión contra la costumbre;

Como un modo de mostrar el rostro sin maquillar del interior urbano, y el exterior tan trillado y tan querido, de la urbe bananera que trata de ser el mundo;

Cruce de lenguajes, planos que se cruzan y ensamblan (no se ve las junturas, las costuras de esa realidad rebelde que debe ser transformada o reinventada por los juegos del arte y las utopías tan amenazadas hoy por los poderes culturales y políticos);

Intercambio de sentidos: ¿qué le dice la foto velada por el tiempo a los huesos que llueven por un Frankenstein de papel periódico, de qué dialogan? 

¿o la mano anillada -parece de un maniquí- al carro que frena a raya, sacando chispas del asfalto?

¿o la urna transparente (de consejo electoral), al personaje fosforescente arrimado a la planta de banano colorida donde se desprende una lluvia torrencial, todo sobre un soporte velado en formato de cómic, de fotos de lugares, tranvías, titulares, casas viejas y recuerdos entrañables?

O la blanca silla con botines junto a la ventana y una repisa guardando siempre fotos fotos fotos fotos, bajo el agua turbia del tiempo, metáfora de la memoria- de próceres, de familiares perdidos, de Nebot, de hombres invisibles, y una llave de otro tiempo colgando del cuadro….

Parodias de ambientes con ritmos urbanos íntimos y públicos. Y todo está en nosotros, vociferando.

                                                       Machala- Guayaquil- 2013 - 2021


Canción de los dormitorios vacíos y/o la pureza de lo ausente

 Para Enrique Madrid por sus inicios, in memoriam.

 

 De un lugar a otro, la huella del sentido:

no reconoce su grafía,

pero borra los deshechos de la realidad.

La jauría de la mente cebada, ataca; lanza

bocaditos de humor negro,

tienta la gloria de la oscuridad:

no hay nada, no hay nadie allí.

"En la broma nos entendemos, esa es la trampa"

-Es el decir de la boca de la apariencia; el gesto

del disimulo-

Jerónimos Bosch no durmió nunca ahí, ni él ni Keith Haring;

huyeron

al ágape de la pureza.

 

 Roy Sigüenza

Del libro "La Erosión del Sentido"

Enrique Madrid

2012


ELLA DICE

Para Enrique Madrid.


Ella dice, repitiendo lo que escuchó como

consejo:

“Todo puerto es seguro para el buen

navegante”.

Por eso tú, que siempre viviste en altamar,

Cuando puedas pisa tierra y bebe cerveza

y canta

con la gente del Puerto que sabe sonreír,

porque el viaje por mar nunca termina


Jorge Prócel Ramírez



OIL ON CANVAS

   Por James Martínez T.


(Tema para un cuento)

                                           Para   Enrique Madrid, con la textura de la pesadilla.

 

El autor accede por la Red virtual, a una galería de pinturas: arte clásico (Vermeer), aborigen (australianos), impresionista (Manet), cubistas (Braque, Gris), surrealistas (Klee, Chirico, Dalí), Picasso, y los más recientes o afines al expresionismo  abstracto: De Koonig, Rothko, Gorki, Raushenberg, etc.

 

Al autor la visión de esas pinturas se le vuelve obsesiva, lo alimenta y estimula, enloquece su percepción de las formas, cada día. Y se va armando de un modo siniestro un mundo  que irrumpe, montaje de imágenes  en la realidad diaria, interfiriendo  con las cosas y los seres: Chirico en el  Mercado del pueblo de Arenillas (El gran metafísico), un arlequín de Picasso cubista haciendo cola en el  banco, un lienzo de arte maorí como paisaje de fondo de los fotógrafos de manga y trípode del parque central, texturas de Raushenberg o seres de Gorki apareciendo en  las paredes de los edificios del centro, en las precarias casas del suburbio; distinguidas mujeres lánguidas de Klimst, niñas perversas de Balthus en algún lupanar de la ciudad.

 

El autor convive, concede, dialoga con las formas, sirve de mediador entre los mundos superpuestos, vulgar realidad y sueño cromático resuelto en matices que amenazan. No sabe cómo negociar, busca lenguajes, modos de acordar un armisticio. Las formas animadas lo presionan y cercan, arman disturbios donde el responsable es quien escribe; la gente ahora protesta, lo mira con recelo, murmura a sus espaldas, acreedores lo conminan a pagar los daños.

 

En el cuarto de una pensión de mala muerte de la pequeña ciudad, el autor acaricia una pistola cromada, cargada, mientras el Gran Masturbador de Dalí espera, impaciente, en la recepción.








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